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Otra historia de amor

Allí estaba ella, acostada, tan hermosa y radiante como siempre pero más cerca que nunca. Un camisón azul cubría parte de su cuerpo dejando a la imaginación el trabajo de averiguar que habría debajo. Su pelo, rubio y liso, acariciaba sus hombros con la suavidad con la que las esporas acarician la tierra en primavera. Era el cabello más brillante que hubiera visto nunca. Sus grandes ojos verdes luchaban por no caer, aunque inevitablemente lo harían, bajo el influjo de Morfeo. Su pequeña y fina nariz inhalaba y exhalaba aire acompasadamente al ritmo que dictaba su corazón. Unos labios carnosos y llenos de dulzura y unos pómulos cincelados con un ángulo perfecto completaban un rostro que cualquier artista del renacimiento hubiera soñado esculpir.

Se quedó observándola hechizado y cegado por el destello de su blanca piel. Su mente retrocedió en el tiempo y volvió al día en que se conocieron, la vez que la vio por primera vez. Él era un adolescente cualquiera, uno de esos chavales con granos en la cara y en cuyo cerebro el género femenino comienza, no sin dificultades, a ganar terreno al fútbol. Ella, casi una niña, era otra adolescente tímida y preocupada que aún tardaría en desarrollarse y convertirse en la mujer que era ahora. Aquel día en el pueblo en el que ambos veraneaban se dijeron los nombres con un inocente paquete de pipas de por medio. Y desde ese día supo que se había enamorado. Pasaron años y más años en los que ella siempre supo de su amor, nunca correspondido. Otras mujeres pasaron por su vida sin conseguir borrar la marca que a fuego había quedado grabada en su corazón. Por eso, le parecía increíble que después de tanto tiempo sin verse y rozando ambos la cuarentena estuviera tumbada junto a él sin más prenda con un camisón azul celeste. Suavemente, comenzó a desnudarla. Con un cuidado infinito, le sacó uno de los tirantes que atrapaban su brazo, el otro, y deslizó el camisón hacia abajo dejando al descubierto aquello que la naturaleza con tanto tino había creado. Se quedó fascinado contemplando sus piernas, sus pechos, su cuerpo.

Una voz femenina le sacó del trance cuando ella ya dormía profundamente. Miró a su alrededor. Su mejor amigo, su amante, compañeros, personas a las que no lograba identificar, vestidos como él. Ajustó la dirección del halo luminoso del foco principal, se encajó la mascarilla, pidió pinzas forceps y bisturí y se dispuso a abrirla en canal. Por delante, doce horas de complicada operación.

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