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Mostrando entradas de 2018

Aquel lugar

Superado por las circunstancias y hechizado aún por sus claros ojos negros se vistió sus alas y se dispuso a volar. Nunca fue fácil volar sin rumbo sin saber dónde parar, si bien es cierto que batir las alas sin un destino final predeterminado deja abierto el mundo entero a aquel que emprende su viaje. Ataviado con sus alas del olvido, sobrevoló sabanas, estepas y taigas, océanos, lagos y ríos, volcanes, fallas y cañones, buscando un lugar adecuado para plantar de nuevo sus pies en tierra firme, surcando los aires de los cinco continentes, o de los seis, o de los siete, dependiendo de la opinión del interlocutor al que se le consulte. Hasta que un buen día, ya cansado de volar, decidió parar en aquel paraje inhóspito que, según se decía, llamaban “Vergel del Fuego Eterno”, que ni era un vergel, ni tenía fuego, ni por supuesto y como se demostraría más adelante, era eterno. Era allí donde se unían con perfección el cielo y el mar, donde el horizonte era trazado por los

Vámonos

Aquí no hay nada que hacer, este mundo está loco. Coge tus cosas y vámonos, unicornio. Mira a tu alrededor ya que puede ser la última vez que veas estas calles. Y esos montes, mira esos montes. Probablemente, tampoco vuelvas a verlos. Además, y en el supuesto improbable de que volvieras por aquí, esos montes serían ya calles como las que nunca más verás. No aguanto más aquí, ni un minuto más. Todo lo que soñé y lo que me quedaba por soñar ya no existe, ni existirá jamás. Este no es un mundo para soñadores, unicornio, creo que ya lo habrás aprendido. Supongo que ya lo he visto todo, no puedo ya confiar en una sociedad mejor, más justa. De hecho, parece bastante obvio que la justicia se ha acabado, se ha agotado, ha muerto. Como moriremos nosotros si nos quedamos aquí. No hay ni un minuto que perder. Tenemos que marchar, aprisa. Sé que no te lo vas a creer unicornio, pero aquí te meten a la cárcel por cantar. Sí sí, como lo oyes, por cantar cosas que no les gustan. Vienen y te encier

No en mi colchón

Al principio lo hacíamos a escondidas, como dos fugitivos, cuando mis padres no estaban de casa. La adrenalina de poder ser sorprendidos nos movía. De hecho, nos movía a empezar según salían por la puerta. El morbo de saber que puedes ser cazado. Un riesgo que le añade un cariz especial a aquello que puede parecer cotidiano o exento de interés. Aun recuerdo cuando mi madre, enfadada ya que era relativamente nuevo, nos dijo que había que comprar otro colchón. Los muelles estaban completamente destrozados. En ese trozo de, no sé como definirlo, tela, metal y espuma no se iba a volver a tumbar nadie con dos dedos de frente. - ¡Si no tiene ni dos años, ya no hacen las cosas como antes! - La recuerdo oír gritar con una furia que hubiera enrojecido al mismísimo Satanás, encarnación suprema del mal. Yo, con el disimulo de un actor de Hollywood, le daba la razón. Ya no hacen las cosas como antes, es verdad. Las bombillas se funden, las lavadoras se rompen en menos de diez años y cualquier