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Mostrando entradas de 2017

Entre rejas

Su vida giraba y giraba sin parecer tener un destino determinado. Buscaba cada mañana un sentido, una razón, algo. Pero siendo sinceros, todo hacía presagiar que su corta existencia terminaría igual que había comenzado, en soledad, sin sus hermanos, sin sus padres, sin nada. Cada día era igual que el anterior, calcado al siguiente. Los paseos por la pequeña estancia se hacían intermin ables. La monotonía controlaba su vida. Igual que controla la del oficinista sinsorgo que pasea su bolsa de cuero de negro de su solitaria casa a su ataúd en forma de puesto de trabajo, igual que controla la del operario que ve pasar y pasar piezas con la inútil esperanza de encontrar un defecto, una diferencia. Igual que controla las almas de millones de zombis que pasean sus cuerpos por las grandes ciudades de todo el mundo controlados y dominados por un ente maligno llamado dinero. De vez en cuando escalaba. Le gustaba escalar. Realmente estaba obligado a que le gustara escalar. Era de

Hasta nunca

Fuera llovía con intensidad. Dentro no, como se le presupone a una cafetería cualquiera. Dentro de ellos la tormenta era aún mayor. El café estaba ya frío, aunque no tanto como la conversación entre ambos. Después de tantos años no encontraban una sola palabra que decirse, parecía estar todo dicho. Se miraron fijamente como dos gladiadores que saben que se van a enfrentar a vida o muerte. —Hasta luego. —Hasta nunca. Un hasta nunca que no tuvo nada de despedida, ni de olvido, ni de final. Hay dos tipos de manera de despedirse. Por un lado están las despedidas que, sabiendo que son definitivas, se adornan con frases vacías que posibilitan un hipotético pero a todas luces irreal reencuentro. A ver si nos vemos pronto, ya hablamos, que te vaya bien y ya nos encontraremos algún día. Están por otra parte las despedidas que pareciendo más definitivas, no llegan a serlo hasta dentro días, años, o incluso nunca, ya sea por un contacto directo, indirecto o de esos que quedan tácitos en

Diario de un francotirador

Tiene que ser muy gracioso pasar por las celdas y vernos a todos ahí sentados, con nuestros buzos naranjas, un estilo mezcla de electricistas y monjes budistas. No sé quién idearía tan poco elegantes vestimentas, pero seguro que ningún diseñador francés o italiano de prestigio. La vida aquí en el corredor de la muerte no es tan mala como dicen. Tengo paz, tiempo para descansar y puedo disfrutar de la fama que merecidamente he obtenido. En los periódicos de toda Florida ya me han bautizado como “El francotirador de Tampa”. Un apodo merecido. No en vano, mi buena puntería para acertar con los dieciséis indeseables desde la azotea del Ford Building me ha ayudado a conseguir ese sobrenombre. Sé que solo me queda media hora escasa de vida, pero eso ahora mismo no me preocupa, ya soy famoso. Cuando compré mi 338 Lapua Magnum no imaginaba que llegaría a ser tan conocido. Fue una compra costosa, un fusil francotirador de 4.000 dólares no se compra todos los días, pero mi antiguo 22 Long Rifl

Dragones y vegetales

Caminas tranquilamente por la calle desierta, vacía, casi desnuda, absorto en tus pensamientos, cuando de repente un dragón rojo moteado echando fuego por la boca sobrevuela tu cabeza a escasos dos metros. De la que te acabas de librar. ¿Un dragón rojo aquí, en Vladivostok? Raro cuanto menos. No hay ningún aeropuerto de dragones cerca. Se habrá perdido, parecía desorientado. No le des más vueltas, un dragón buscando el camino de regreso a su hogar, ya está. Hace algo de fresco, -32 grados centígrados, y aunque vas en manga corta te metes las manos en el bolsillo para compensar la temperatura. Elevas la mirada al cielo buscando más peligros, y observas que este luce de un brillante color naranja. Te mosqueas bastante al no apreciar su habitual color verde esmeralda, y rápidamente hilas muy fino: una central nuclear ha explotado dejando escapar toneladas de uranio enriquecido. Te cuesta respirar. Serán los primeros síntomas de aspirar U-235. Para refugiarte, te metes en un bar que ves

Otra historia de amor

Allí estaba ella, acostada, tan hermosa y radiante como siempre pero más cerca que nunca. Un camisón azul cubría parte de su cuerpo dejando a la imaginación el trabajo de averiguar que habría debajo. Su pelo, rubio y liso, acariciaba sus hombros con la suavidad con la que las esporas acarician la tierra en primavera. Era el cabello más brillante que hubiera visto nunca. Sus grandes ojos verdes luchaban por no caer, aunque inevitablemente lo harían, bajo el influjo de Morfeo. Su pequeña y fina nariz inhalaba y exhalaba aire acompasadamente al ritmo que dictaba su corazón. Unos labios carnosos y llenos de dulzura y unos pómulos cincelados con un ángulo perfecto completaban un rostro que cualquier artista del renacimiento hubiera soñado esculpir. Se quedó observándola hechizado y cegado por el destello de su blanca piel. Su mente retrocedió en el tiempo y volvió al día en que se conocieron, la vez que la vio por primera vez. Él era un adolescente cualquiera, uno de esos chavales con gra

Libertad

Y se marchó. Y a su barco le llamó Libertad. A su perro Pou, a su libro “Paranoia en la Polinesia Francesa”. A su hijo, que acabó en el ejercito destinado en el Líbano, Francisco. Y a su sobrino, para el que también eligió el nombre y que terminó regentando un albergue en un pequeño pueblo del norte de Burgos, Iker. Pero estas son ya historias que no me competen, volvamos a él. De joven siempre fue un tipo austero, un comunista convencido para el que Trotsky era un burgués acomodado. Creía en la lucha de clases como algo físico, natural, indiscutible. Como que el agua hierve al nivel del mar a la temperatura de 100 grados Celsius, 212 grados Farenheit, o que las hojas de los árboles caducifolios caen en otoño. Se casó con Pilar cuando aún se arrastraba por las aulas de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales siendo el denominado clásico, aquel al que todas las generaciones conocían desde hacía diez años. Con ella, sus gustos se fueron refinando y sus ideas moderando. Come

Versos de Neruda

Pasó noches sin dormir para no soñar con ella. La mera aparición de su figura en sus sueños más profundos le hacía temblar. Temía ese instante fugaz en el que el subconsciente la hacía aparecer por una fracción de segundo para difuminarla en la más etérea nada. La hoja, ya marchita, que cae describiendo una perfecta parábola para acabar sus días yaciendo en el frío asfalto. Una estrella fugaz que tras un momento de brillo intenso se disipa en la más absoluta oscuridad. Una ola que emerge con fuerza en el fondo del mar para acabar muriendo mansamente en la orilla. Todo aquello que fue pero ya no es. La pangea de su vida. Aún recordaba ese con todo detalle esa tarde de otoño en la que presento su rendición sin condiciones. Entregó las armas y se preparó para entrar en el lado de los vencidos, a aceptar el rol de perdedor que le tocaba jugar sin querer seguir en la batalla. Ese mismo día empezó su particular vía crucis, el cautiverio de su alma por los diferentes campos de reclusión del a

Brainstorming

       Un comité de sabios reunidos en un elegante salón de color burdeos, una larga mesa de roble macizo, unos majestuosos muebles Luis XVI. Señores con traje estilo británico del que cuelgan preciosos relojes de bolsillo, bombín y monóculo, ocupan la estancia. El aire impregnado del olor del tabaco que emanan sus pipas y copas sobre la mesa. Unas caras botellas de vino de Oporto, algunas abiertas, otras esperando a ser desvirgadas, completan el escenario. Una acalorada discusión comienza de pronto entre varios de los asistentes —Mete un panda y algún otro oso, que parezca pardo, o algo así. —Y un gorila. Ponlo como que parezca que va andando —replica el hombre de su izquierda. —Un jabalí, un conejo, un ratón. Creo que son necesarios. Y una mariposa. Ah, y pollos. ¡Pon muchos pollos! Un pollito amarillo, una gallina, no sé, un pingüino. Y un bicho estilo pollo pero gris, yo creo que cuela. Una voz discordante se alza al otro extremo de la sala. —Caballeros, todo esto está mu