Su vida giraba y giraba sin parecer tener un destino determinado. Buscaba cada mañana un sentido, una razón, algo. Pero siendo sinceros, todo hacía presagiar que su corta existencia terminaría igual que había comenzado, en soledad, sin sus hermanos, sin sus padres, sin nada. Cada día era igual que el anterior, calcado al siguiente. Los paseos por la pequeña estancia se hacían intermin ables. La monotonía controlaba su vida. Igual que controla la del oficinista sinsorgo que pasea su bolsa de cuero de negro de su solitaria casa a su ataúd en forma de puesto de trabajo, igual que controla la del operario que ve pasar y pasar piezas con la inútil esperanza de encontrar un defecto, una diferencia. Igual que controla las almas de millones de zombis que pasean sus cuerpos por las grandes ciudades de todo el mundo controlados y dominados por un ente maligno llamado dinero. De vez en cuando escalaba. Le gustaba escalar. Realmente estaba obligado a que le gustara escalar. Era de