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Libertad

Y se marchó. Y a su barco le llamó Libertad. A su perro Pou, a su libro “Paranoia en la Polinesia Francesa”. A su hijo, que acabó en el ejercito destinado en el Líbano, Francisco. Y a su sobrino, para el que también eligió el nombre y que terminó regentando un albergue en un pequeño pueblo del norte de Burgos, Iker. Pero estas son ya historias que no me competen, volvamos a él.

De joven siempre fue un tipo austero, un comunista convencido para el que Trotsky era un burgués acomodado. Creía en la lucha de clases como algo físico, natural, indiscutible. Como que el agua hierve al nivel del mar a la temperatura de 100 grados Celsius, 212 grados Farenheit, o que las hojas de los árboles caducifolios caen en otoño. Se casó con Pilar cuando aún se arrastraba por las aulas de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales siendo el denominado clásico, aquel al que todas las generaciones conocían desde hacía diez años. Con ella, sus gustos se fueron refinando y sus ideas moderando. Comenzó a ir a la ópera, a pesar de que no le gustaba. Las tiendas de ropa de marcas de las qué nunca había oido hablar les abrían sus puertas individualizadamente y les servían Moët & Chandon. Acudía a fiestas, siempre impolutamente vestido, en las que la gente hablaba de temas mundanos y bebía Châteaux Margaux Médoc o Mouton Rothschild aparentando apreciar todas sus particularidades. Realmente todo aquel teatro de la existencia le daba asco pero terminó por acostumbrarse, e incluso por llegar a ser el primero en aquellas orgías de la ignorancia.

Con el tiempo el alto ritmo de vida al que se acostumbró le fue atrapando. Más aún cuando su suegro murió y recibieron una suculenta herencia de hija única conseguida a base de sudor, lagrimas y, por qué no decirlo, algún que otro trabajo sucio. Su inteligencia y buen posicionamiento entre las clases influyentes del momento hicieron el resto. No había ciudad de habla hispana o anglosajona, de este lado del Atlántico o del otro, en la que se le resistiera ningún negocio. Trabajaba en un gran multinacional dedicada a la compra, venta y, como no, especulación de inmuebles de gran lujo. Vivía con su mujer y con sus dos hijos veinteañeros modélicos y siempre bien peinados en un bonito ático decorado con gran gusto en el número 42 de la Gran Vía madrileña. Era el marido que toda mujer querría tener. Su vida en general era perfecta, atendiendo claro está, a los estandares de lo que es una vida perfecta.

Hasta qué un buen día de otoño salió del domicilio conyugal, se fue a por tabaco, y no volvió. De hecho compró tabaco, mechero, un Citroen Xsara del 2002, una casa en Almería y un barco al que llamó Libertad, como ya sabéis. Dejó escrita una cuidada nota a sus hijos y trato de evitar que le guardaran rencor con algunos cientos de millares de euros. Cogió a Pou, lo subió en el Xsara, y enfilo el camino a una nueva vida. No fue algo premeditado, tampoco improvisado. Fue un proceso que llevó su tiempo, que evolucionó conforme sus necesidades vitales cambiaban hasta que finalmente se encontró comprando aquella caja de Lucky Strike sin retorno. ¿Acaso todo era lo que él quería? ¿Era feliz con sus viajes, con su trabajo, con su mujer? La vida que siempre había soñado, lo que había sido su vida hasta el momento, se desmoronó con facilidad mientras encendía el primer cigarro. El castillo de naipes que había construido en su imaginación cayó por completo, un castillo que a pesar de coger altura no tuvo nunca su base bien asentada.

Ahora se encuentra feliz en su pequeño pueblo costero de la provincia de Almería. Vive de parte de los ahorros que se llevó de su época de tiburón inmobiliario. Se encuentra escribiendo su segundo libro, después de que consiguiera colocar treinta y tres unidades del primero, todos ellos a sus amigos y a algunos de sus familiares que aún le hablan. Sale a pescar, lee horas y horas y cultiva su pequeño huerto. Si pasáis por allí, preguntad por Julián. Probablemente le encontréis ocupado limpiando su barco mientras el tocadiscos escupe rock clásico, o cavando para sembrar nuevas variedades de verduras mientras silba La Internacional. No os preocupéis, estoy seguro de que estará encantado en descansar e invitaros a unas cervezas y unos boquerones en el bar de Manolo. Decidle que vais de parte de Urko.

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