Ir al contenido principal

La soledad en una noche de invierno

Llegó jadeante a la consulta donde el doctor ya esperaba sentado. Trás un minucioso análisis el diagnostico fue claro: amor no correspondido. Se marchó con la desesperación de quien sabe que ha fracasado. Aturdido, herido, resignado. Desorientado, vagó por las estrechas calles de la ciudad hasta llegar al puerto.

Frente al puente se alzaba el viejo faro que iluminaba a ráfagas toda la costa. Se sentó junto a el. Le calmaba observar en silencio la tranquilidad de las aguas. Sin embargo, esta vez no era así. El mar parecía estar furioso con él, no se sentía cómodo. Tampoco sabía que podía haberle hecho. La historia de siempre. Las olas rompían con violencia en las rocas del fondo del muelle. Mientras el agua le salpicaba salando su cuerpo, se paró a pensar en lo ocurrido auellos días. Todo había cambiado de repente, sin saber por qué, sin posibilidad de hacer nada. Como un día que se torna en noche sin conocer la razón. Nada de lo vivido hasta entonces con ella tenía más valor del que
tiene un mero recuerdo.

Realmente la suerte nunca fue lo suyo. Y esta vez la vida tampoco hizo una excepción. Solo le quedaba escapar lejos, cambiar su vida, dejar atrás todo lo que un día deseó. Y así lo haría. Su cuento de amor había terminado. Nunca un cuento tuvo un final tan esperado.

Comentarios

  1. as escrito tu esto¡¿? m encanta, es precioso!!

    ResponderEliminar
  2. jajaja pues tens q ser una persona especiial, ya me gustaria conocerte jeje

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Phillies

El Phillies estaba a punto de echar la persiana cuando entré apresuradamente y pedí un Dry Martini. El viejo Tom ya limpiaba la barra y recogía los vasos. Estaba a punto de cerrar el antro. Aún así, me sirvió la copa con relativa rapidez, no sin antes lanzarme una mirada de desprecio por hacerle trabajar cuando ya no contaba con ello. Al fondo de la barra en L, mi objetivo, el siempre generoso señor Tackle, sacaba varios billetes de un dólar para invitar a quién parecía una señorita de compañía a otra ronda de lo que quisiera que fuera aquel brebaje naranja que bebía. Él, apuraba con ansiosos sorbos los restos de lo que parecía haber sido un whisky On the rocks. Observé que no era el primero. Las muestras de embriaguez en su persona eran evidentes.  Animado por mi tardía petición alcohólica, el señor Tackle no se limitó a pagar lo consumido, si no que emitió un grito gutural para llamar al viejo Tom y pidió un whisky doble On the rocks, como yo había supuesto. Mi barman de con

No en mi colchón

Al principio lo hacíamos a escondidas, como dos fugitivos, cuando mis padres no estaban de casa. La adrenalina de poder ser sorprendidos nos movía. De hecho, nos movía a empezar según salían por la puerta. El morbo de saber que puedes ser cazado. Un riesgo que le añade un cariz especial a aquello que puede parecer cotidiano o exento de interés. Aun recuerdo cuando mi madre, enfadada ya que era relativamente nuevo, nos dijo que había que comprar otro colchón. Los muelles estaban completamente destrozados. En ese trozo de, no sé como definirlo, tela, metal y espuma no se iba a volver a tumbar nadie con dos dedos de frente. - ¡Si no tiene ni dos años, ya no hacen las cosas como antes! - La recuerdo oír gritar con una furia que hubiera enrojecido al mismísimo Satanás, encarnación suprema del mal. Yo, con el disimulo de un actor de Hollywood, le daba la razón. Ya no hacen las cosas como antes, es verdad. Las bombillas se funden, las lavadoras se rompen en menos de diez años y cualquier