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Mostrando entradas de diciembre, 2017

Entre rejas

Su vida giraba y giraba sin parecer tener un destino determinado. Buscaba cada mañana un sentido, una razón, algo. Pero siendo sinceros, todo hacía presagiar que su corta existencia terminaría igual que había comenzado, en soledad, sin sus hermanos, sin sus padres, sin nada. Cada día era igual que el anterior, calcado al siguiente. Los paseos por la pequeña estancia se hacían intermin ables. La monotonía controlaba su vida. Igual que controla la del oficinista sinsorgo que pasea su bolsa de cuero de negro de su solitaria casa a su ataúd en forma de puesto de trabajo, igual que controla la del operario que ve pasar y pasar piezas con la inútil esperanza de encontrar un defecto, una diferencia. Igual que controla las almas de millones de zombis que pasean sus cuerpos por las grandes ciudades de todo el mundo controlados y dominados por un ente maligno llamado dinero. De vez en cuando escalaba. Le gustaba escalar. Realmente estaba obligado a que le gustara escalar. Era de

Hasta nunca

Fuera llovía con intensidad. Dentro no, como se le presupone a una cafetería cualquiera. Dentro de ellos la tormenta era aún mayor. El café estaba ya frío, aunque no tanto como la conversación entre ambos. Después de tantos años no encontraban una sola palabra que decirse, parecía estar todo dicho. Se miraron fijamente como dos gladiadores que saben que se van a enfrentar a vida o muerte. —Hasta luego. —Hasta nunca. Un hasta nunca que no tuvo nada de despedida, ni de olvido, ni de final. Hay dos tipos de manera de despedirse. Por un lado están las despedidas que, sabiendo que son definitivas, se adornan con frases vacías que posibilitan un hipotético pero a todas luces irreal reencuentro. A ver si nos vemos pronto, ya hablamos, que te vaya bien y ya nos encontraremos algún día. Están por otra parte las despedidas que pareciendo más definitivas, no llegan a serlo hasta dentro días, años, o incluso nunca, ya sea por un contacto directo, indirecto o de esos que quedan tácitos en