Simulacro terminado. Todo fue una farsa, una mentira, una patraña.
Un ilusión óptica, el mejor truco de magia. Aunque no fue hasta ese
momento, una fría mañana de diciembre, cuando la verdad se presentó ante
su puerta en forma de fantasma del presente. Ella nunca quiso volver a
ser uno. Él estuvo cegado por la ridiculez del amor, esa fuerza extraña e
inmedible, imponderable, que distorsiona cualquier tipo de realidad
objetiva hasta hacerla practicamente imperceptible.
Esta vez, a diferencia de otras, eligió intentar olvidarla.
Una vez más el Game Over aparecía en la pantalla, pero ahora no metió otra moneda, decidió no continuar y que la cuenta atrás llegara a cero. La partida había acabado, solo quedaba cambiar de juego. Y trazó un plan aparentemente perfecto para ello. Como aliado el alcohol, como enemigo la nostalgia. Bebía litros de café para no soñar con ella. Intentó no recordar que habían sido parte el uno del otro, Que había momentos tan suyos, tan de él y de ella como la lluvia es del cielo y es del mar.
Pero a cada momento volvía a su cabeza. Estaba dibujada en cada esquina de la ciudad, le perseguía en cada baldosa. Algunos sábados conseguía esconderla en otro lugar, dentro de una copa, en otros besos. Pero domingo tras domingo se presentaba con fuerza, recordando que en otro tiempo esas tardes fueron íntegramente suyas. Reclamaba lo que le correspondía por ser lo que fue, crepitando junto al fuego que quemaba su corazón. Nunca es fácil cambiar las fronteras cuando el tiempo las ha trazado correcta o incorrectamente, haciendo que parezca que siempre estuvieron ahí.
No quedaba otra alternativa que romper con todo, que cambiar el camino. Levantarse, como un niño que da pasos inseguros, recayendo, buscando la verticalidad hasta que capaz de andar por si solo se yergue desafiando al nuevo mundo que le rodea. Un barco, que al ser botado ladea hasta que encuentra su posición para empezar a navegar en mar abierto. Y así, poco a poco, día tras día, comenzó a recordarla y a olvidarla a partes iguales. Mitad ginebra, mitad tónica. Mitad tabaco, mitad marihuana. La sal de sus recuerdos se disolvía en una cada vez mayor cantidad de agua, hasta que finalmente se convirtió en agua dulce, lista para comenzar de nuevo el proceso de la vida.
Esta vez, a diferencia de otras, eligió intentar olvidarla.
Una vez más el Game Over aparecía en la pantalla, pero ahora no metió otra moneda, decidió no continuar y que la cuenta atrás llegara a cero. La partida había acabado, solo quedaba cambiar de juego. Y trazó un plan aparentemente perfecto para ello. Como aliado el alcohol, como enemigo la nostalgia. Bebía litros de café para no soñar con ella. Intentó no recordar que habían sido parte el uno del otro, Que había momentos tan suyos, tan de él y de ella como la lluvia es del cielo y es del mar.
Pero a cada momento volvía a su cabeza. Estaba dibujada en cada esquina de la ciudad, le perseguía en cada baldosa. Algunos sábados conseguía esconderla en otro lugar, dentro de una copa, en otros besos. Pero domingo tras domingo se presentaba con fuerza, recordando que en otro tiempo esas tardes fueron íntegramente suyas. Reclamaba lo que le correspondía por ser lo que fue, crepitando junto al fuego que quemaba su corazón. Nunca es fácil cambiar las fronteras cuando el tiempo las ha trazado correcta o incorrectamente, haciendo que parezca que siempre estuvieron ahí.
No quedaba otra alternativa que romper con todo, que cambiar el camino. Levantarse, como un niño que da pasos inseguros, recayendo, buscando la verticalidad hasta que capaz de andar por si solo se yergue desafiando al nuevo mundo que le rodea. Un barco, que al ser botado ladea hasta que encuentra su posición para empezar a navegar en mar abierto. Y así, poco a poco, día tras día, comenzó a recordarla y a olvidarla a partes iguales. Mitad ginebra, mitad tónica. Mitad tabaco, mitad marihuana. La sal de sus recuerdos se disolvía en una cada vez mayor cantidad de agua, hasta que finalmente se convirtió en agua dulce, lista para comenzar de nuevo el proceso de la vida.
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