Llego con el tiempo justo de sentarme en la mesa. El torneo está a punto de comenzar. Observo el salón. Elegante, sublime, casi mágico. Me toca en suerte un lugar rodeado de toda clase de personajes. Gafas oscuras, sombreros estrambóticos y auriculares. Toda clase de complementos parecen valer. Yo, en cambio, voy sin nada. Con lo básico. Discreto. Demasiado, quizás. Estoy algo nervioso, es mi primera vez. Las manos me tiemblan aumentando dicho nerviosismo. El corazón me late con la fuerza de un tornado, parece querer escapar de mi camiseta negra. Me ordeno calmarme. No pasa nada, es un juego. Sin embargo mi cerebro no parece quere hacerme caso. Miro a mi alrededor y observo que reina la tranquilidad. ¿Por qué seré yo el único que parece estar jugandose la vida?
Se acerca el crupier y los altavoces anuncian el inicio de la contienda. La batalla va a dar inicio. Los jugadores sonrien. Yo no. Primera mano. KK. Corazones y tréboles. Parece algo bueno. Doblo la ciega y se tiran los más cautelosos. Ahora me siento mejor, incluso confiado. Las cosas me van bien. Espero el flop con la seguridad que me dan ese par de reyes que guardo celosamente bajo mi mano. Ahí va. Dos dieces y un seis. Corazones, picas y tréboles. Paso con la intención del engaño, con la esperanza del despiste. La chica de mi izquierda, una de las dos que hay en el torneo, sube brutalmente. Juega agresivo. El señor canoso que le sigue se tira. Le imitan los dos posteriores. Solo aguantamos el treintañero con pinta de tener la vida resuelta y yo.
Me pregunto que me deparará el turn. Espero que algo bajo. Otro diez. Me salgo. Tengo un buen full. Pienso que es mi oportunidad de probar si alguno tiene el diez restante y me juego una buena cantidad de fichas. La morena me vuelve a sorprender resubiendome fuertemente. Confirmado, juega duro. El treintañero gafapasta se va y deja que esto sea cosa de dos. La suerte está echada. Salga lo que salga en el river voy a tener que ir a por todo. Solo un cuarto de las fichas da color al trozo de mesa que ocupo. Confio en que ella no tenga el diez que le daría el poker. Es mi número favorito, el diez nunca me podría hacer esto. Mientras sigo sumido en mis absurdos pensamientos llega el river. Un tres de rombos. Parece que no será esta carta la que marque mi destino. De hecho, creo que esta marcado desde que me sente a jugar esta partida. Lo veo claro, tengo que acabar con esto. All in. Todo. La vida.
La muchacha no tarda en vermelo. Me mira insultante, como apiadándose de la locura que acabo de cometer. Levanto primero mis dos reyes. A medida que doy la vuelta a los naipes un mal presentimiento se apodera de mi. Ya no estoy tan confiado en ganar, tengo muchas dudas. El salón empieza a oscurecerse a la luz de mis ojos al tiempo que mi cerebro se apaga. Ella me mira fijamente, retándome. Muestra sus cartas. Dos relucientes, fulminantes, y mortales ases, también de corazones y tréboles. Lo máximo, la sentencia. Su agresividad en el juego estaba más que avalada. Al menos, no ha sido el diez el que me ha ganado. Resignado, me levanto y me despido con un leve gesto de cabeza. Asumo mi derrota con naturalidad. La vida es así, tiene estas cosas. No volveré a jugar al poker en mucho tiempo.
Urko
Se acerca el crupier y los altavoces anuncian el inicio de la contienda. La batalla va a dar inicio. Los jugadores sonrien. Yo no. Primera mano. KK. Corazones y tréboles. Parece algo bueno. Doblo la ciega y se tiran los más cautelosos. Ahora me siento mejor, incluso confiado. Las cosas me van bien. Espero el flop con la seguridad que me dan ese par de reyes que guardo celosamente bajo mi mano. Ahí va. Dos dieces y un seis. Corazones, picas y tréboles. Paso con la intención del engaño, con la esperanza del despiste. La chica de mi izquierda, una de las dos que hay en el torneo, sube brutalmente. Juega agresivo. El señor canoso que le sigue se tira. Le imitan los dos posteriores. Solo aguantamos el treintañero con pinta de tener la vida resuelta y yo.
Me pregunto que me deparará el turn. Espero que algo bajo. Otro diez. Me salgo. Tengo un buen full. Pienso que es mi oportunidad de probar si alguno tiene el diez restante y me juego una buena cantidad de fichas. La morena me vuelve a sorprender resubiendome fuertemente. Confirmado, juega duro. El treintañero gafapasta se va y deja que esto sea cosa de dos. La suerte está echada. Salga lo que salga en el river voy a tener que ir a por todo. Solo un cuarto de las fichas da color al trozo de mesa que ocupo. Confio en que ella no tenga el diez que le daría el poker. Es mi número favorito, el diez nunca me podría hacer esto. Mientras sigo sumido en mis absurdos pensamientos llega el river. Un tres de rombos. Parece que no será esta carta la que marque mi destino. De hecho, creo que esta marcado desde que me sente a jugar esta partida. Lo veo claro, tengo que acabar con esto. All in. Todo. La vida.
La muchacha no tarda en vermelo. Me mira insultante, como apiadándose de la locura que acabo de cometer. Levanto primero mis dos reyes. A medida que doy la vuelta a los naipes un mal presentimiento se apodera de mi. Ya no estoy tan confiado en ganar, tengo muchas dudas. El salón empieza a oscurecerse a la luz de mis ojos al tiempo que mi cerebro se apaga. Ella me mira fijamente, retándome. Muestra sus cartas. Dos relucientes, fulminantes, y mortales ases, también de corazones y tréboles. Lo máximo, la sentencia. Su agresividad en el juego estaba más que avalada. Al menos, no ha sido el diez el que me ha ganado. Resignado, me levanto y me despido con un leve gesto de cabeza. Asumo mi derrota con naturalidad. La vida es así, tiene estas cosas. No volveré a jugar al poker en mucho tiempo.
Urko
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