Luces en el cielo. Eso es todo lo que necesitaba para ser feliz. Con eso le bastaba. Armado solamente con su telescopio, solía pasarse horas y horas mirando allí arriba. La grandeza del universo le fascinaba. Una gota de agua en el inmenso oceano. Así se sentía al apuntar con su objetivo y ser parte de aquello. Soñaba con ser algun día libre como aquellas estrellas. Porque no. Poder pasear sin restricciones por aquel paraiso de maravillas naturales que llamaban espacio. Curiosa palabra espacio. Si, curiosa palabra. Siempre le resultaron contradictorios sus varios significados. La brillante estrella roja Betelgeuse era su predilecta. Casí su hija. Aunque tenía sitio en su corazón para otras también. Por ejemplo para la Sirio y para la Canopus, las dos estrellas que más luz irradian después del sol. El sol. Grandioso el sol. La estrella que más brilla. La que nos permite vivir.
Como ya era ritual, limpio cuidadosamente con un paño la lente de su objetivo y se dispuso a vivir otro momento de placer. Betelgeuse, Sirio, Canopus. Allí estaban todas. Por supuesto también el sol. Se dispuso a hacer su tradicional recorrido por la constelación de Orión, cuando de pronto, algo se cruzó en su camino. Asaltado por las dudas, enfocó hacia lo que parecía una nueva estrella. No podía ser. Él, que conocía todas y cada una de las que estaban a su alcance. La escruto nuevamente. Sí, era una estrella. Efectivamente, una que no conocía. Un nuevo diamante había aparecido en su inmensa colección de joyas como por arte de magia. ¿Como no había podido observarla antes? Él, que cada día, con una frecuencia casi matemática, en un acto que rozaba la necesidad física, echaba un vistazo al cielo para comprobar que todo seguía en orden. Él, que desde su azotea, y sintiendose como aquel vecino indiscreto que mira desde su ventana, observaba el cielo saboreando cada momento, sabiendo que su acto no era pasado por alto por ninguno de los cuerpos celestes que le miraban impasibles. Giró su telescopio y para su sorpresa vió otro punto de luz que no le era familiar. Otra estrella. Y otra más. Y así, y como surgidas de la nada, comenzaron a sonreirle muchas otras, que brotaban alegremente desde espectaculares nebulosas.
Cada punto de luz que observaba, cada mota luminosa que descubría, le hacía sentirse un poco más afortunado. En un primer momento creyó que estaba asisitiendo al nacimiento de nuevas estrellas. Pero tenía el suficiente conocimiento astronómico como para saber que eso no era posible, que se necesitaban multitud de colisiones galácticas para ello. Esas bellísimas estrellas siempre habían estado ahí, cegadas por aquellas que más brillaban. Solo había tenido ojos para sus preferidas, pasando por alto muchas de las otras. Un gran fallo. Cuanto tiempo perdido sin conocerlas. Pensó en todo aquello que habría estado siempre ahí, a su alcance, y que sin embargo no había conseguido ver, cegado por sus particulares Betelgeuses, Sirios o Canopuses. Quizás lo había tenido todo enfrente, y no había querido o sabido verlo. Decidió que eso iba a cambiar, y dandose cinco minutos para ello siguió observando el cielo con más ilusión todavía. Porque con eso le bastaba. Eso es todo lo que necesitaba para ser feliz. Luces en el cielo.
Urko
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